Esos días en los que estás por estar. En los que las horas se te hacen largas hasta que termina la luz del sol. Esos en los que lo más productivo que puedes llegar a hacer es convencerte de que tienes que hacer algo. Esos momentos tan vacíos en los que una película triste puede amargarte el día, y una comedia puede hacerte renacer con la misma facilidad. Esos días de sofá y manta. Aquel espacio de tiempo en el que te paras a pensar en todo por lo que estás pasando. En lo que te rodea. En tu futuro. Ese momento en el que piensas en esa persona, y la climatología fuerza tu estado de ánimo. Esos incómodos momentos en los que el silencio es algo a lo que no puedes aspirar. Esa absurda tranquilidad que te invade, cuando sabes que ni las cosas van bien, ni quieres convencerte de ello. Pero en realidad, no pasa nada. Eres tú el encargado de autodestruirte. De darle vueltas a cosas que tú mismo creas. Situaciones que nunca han tenido lugar, pero cuyo final te come por dentro. Comportamientos y respuestas que están tan lejos de la realidad que te sorprendes de haber llegado a esas absurdas conclusiones. Esos días.
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