miércoles, 27 de febrero de 2013

Son navajas de cartón, pero en tu corazón se hunden sin remedio.

Soy capaz de destruirlo todo. En el momento en el que no encuentro algo sólido bajo mis pies y empiezo a caer, intento aferrarme a cualquier cosa que pueda sostenerme, consiguiendo sólo rasgar la tela de realidad que me rodea, sin evitar la caída. Una y otra vez. Cada nueva caída, desde una altura más alta. Y sigo sin aprender a caer de pie. Empiezo a ver el precipicio antes de sentirlo, y eso no hace más que acelerar el desastre final. Pero esta vez es distinto. Esta vez no caigo de golpe, sino que llevo deslizándome a velocidades vertiginosas desde hace meses. No he sido consciente hasta ahora, por supuesto. Para mí simplemente eran días malos. Pero no. Eran mucho más. Algo que se ha ido acumulando en mí hasta que ha podido romper los hilos que me mantenían de una pieza. Algo que ha roto las bases sobre las que se asentaba todo mi ser. Y es que cuando cada pequeña cosa empieza a afectarte, es el momento de alejarse de toda fuente de intoxicación. Metros. Kilómetros. Nunca habrá suficiente tierra de por medio. Nada que consiga arreglar lo roto que estás por dentro. Volver a juntar los pedazos de ti mismo que llevas arrastrando quizá desde siempre. Pedazos a los que se suman los de otras personas. Cargas innecesarias, por las que luego no encajan tus propias piezas. Esos momentos en los que sólo quieres encerrarte en ti mismo, pidiendo a gritos que alguien llegue para impedírtelo. Alguien que sea capaz de dejarse arañar por tu desesperación para que dejes de temblar bajo la lluvia y para que el viento no siga clavándote los colmillos al pasar. Alguien que te sostenga durante la tormenta.



jueves, 14 de febrero de 2013

Que encuentres un refugio en la tormenta.

Hoy es uno de esos días en los que nadie quiere sentirse desparejado. Niñas con risas nerviosas esperan con ansia alguna nota sorpresa. Alguna rosa. Algo que las haga sentirse menos solas. Pero antes que nada, para no estar sola, debes estar contigo misma. Cuando aprendas a mimarte y a darte los caprichos que te hagan quererte aún más, estarás lista para aceptar lo externo. 

Y es que ser feliz no es cuestión de suerte, sino de ganas.


domingo, 10 de febrero de 2013

Tú no me abandones, que yo ya haré el resto.

Ese momento en el que simplemente explotas. Eran ya tantas las cosas que llevabas grapadas al corazón que el acto más simple hace que descargues todo el torrente de pensamientos y sentimientos que no has podido decirle a nadie, sobre la gente que no tiene culpa de lo que te atormenta. Pero sin embargo, sigues. Dices hasta la última palabra. Lo vomitas todo para que no quede el más mínimo rastro de nada que pueda volver a crecer y dolerte. Porque ya se trata de eso: dolor. Dolor y cansancio mental a partes iguales. Llevas tanto tiempo dándole vueltas a cada conversación que simplemente te atosigas a ti mismo. No quieres seguir así, recriminándote a veces hasta tu propia forma de ser. Quizá es que hemos llegado al límite. Quizá no damos más de sí. Pero todo por lo que hemos pasado, y lo que hemos sido, se merece que nos demos la oportunidad de cerrar las heridas del todo. Tanto para bien como para mal. Sigo sin saber qué fue exactamente lo que ocurrió. Dónde nos perdimos. Sólo tengo seguro que por lo menos yo voy a la deriva. Que necesito dejar las cosas atrás y empezar de cero. No sé si contigo o sin ti, pero sí conmigo misma. Que me lo debo. Que he pasado por muchas cosas, y las últimas no precisamente buenas. Y sólo pido entender en qué parte nos dimos la espalda. En qué momento comencé a llamar blanco a lo que tú llamabas negro. Así de fácil. Quizá esto tenía que pasar, pero sin duda no tenía que haber llegado tan lejos. He llegado a pensar que estoy de más. Que en realidad no era tan importante como creí ser para esa persona. Y la verdad es que ya no importa. El daño está hecho. Poco más puedo decir. No voy a pedir perdón. No creo que tenga que hacerlo. Es posible que me tilden de orgullosa, pero créeme si te digo que en estos casos no lo soy. Nadie mejor que yo sabe las veces que me he tragado el orgullo por salir adelante. Nadie. Tampoco quiero que tú me lo pidas. Estas dos semanas he aprendido a seguir sin ti. Creo que no te he echado de menos porque no acabo de procesar que ya no estés. Que ya no quieras estar. Simplemente espero levantarme una mañana y leer un mensaje tuyo como si nada hubiese pasado. Pero eso ya no es posible. Ni estás tú, ni estoy yo. Y por mucho que me pese, el transcurso del tiempo no hará sino empeorar las cosas. Todo lo que no se ha llegado a decir se va acumulando hasta que llega el punto en el que lo no dicho tiene más importancia que lo que sí, y volvemos al punto de partida.

Que estoy cansada ya de muchas cosas. Sólo quiero acabar.

Como sea.

Yo ya he movido ficha. Te toca a ti.


lunes, 4 de febrero de 2013

Y a la vez reír, y a la vez llorar, y cada uno por su lado nos echamos a volar.

- Es muy especial -resumió, esquivando con la mirada los ojos que le observaban. Dirigió la vista al empañado cristal del bar en el que quedaron hacía ya una hora. Unas perezosas gotas descendían fundiéndose unas con otras, mientras se oía el repiqueteo de la lluvia contra la fachada. - Es una sensación que ya había olvidado. Por malo que haya sido el día, siempre me espera ella con su sonrisa amable. Quiero pensar que es exclusivamente mía. Inclina levemente la cabeza hacia un lado y sonríe. Lo hace todo tan fácil. Sé que quizá no soy bueno para ella, pero me mira con esos ojos, haciéndome sentir único, y se me olvida todo lo demás. De veras que podría pasarme inviernos enteros entre sus brazos, y siempre sería como la primera vez. No quiero perderla, ¿sabes? Ella ha significado muchas cosas - volvió la vista a la taza de café que humeaba entre sus manos.

- Entonces, ¿qué problema hay?
- Que algún día se dará cuenta de que puede comerse el mundo. De que puede encontrar a alguien que le dé todo lo que ella necesita. Que quizá llegue el día en que me diga adiós y tenga que aprender a vivir sin ella. Ese es el problema. Tengo miedo de que no me necesite tanto como yo a ella.


viernes, 1 de febrero de 2013

Sometimes I think that it's better to never ask why.

- No quiero saber nada de ti. Todo lo que tengas que decirme a partir de ahora, está de más. Así que por favor, no insistas.

Y así fue cómo interpretaron mis oídos las palabras de una de esas personas que no esperas nunca que puedan fallarte. De una de esas que siempre ha parecido que iba a estar para cualquier complicación. No es que nunca le haya pedido nada, sino que daba por supuesto que estaría dispuesta a ayudarme a salir del paso sin pedírselo. Pero supongo que no puedes pensar por la otra persona, ni intentar siquiera que se dé cuenta de cómo piensas tú. Quizá porque yo necesito ponerme en el lugar de otras personas y ser abierta de mente para intentar comprender el por qué de sus actos, intenté creer que el resto de personas que me rodea era de la misma manera. Pero ni soy perfecta, ni tengo intención de serlo. Soy de una determinada manera que no tiene que ser del agrado de todo el mundo. Necesito pedir perdón a aquellas personas a las que he podido causar alguna molestia en algún momento. No para que se les olvide el daño que he podido causarles, sino para cerciorarme de poder pasar página. De que no pasarán los años y en algún momento me daré cuenta de lo que hice y arrepentirme, ni saber que alguien lo puede estar pasando mal, siendo yo el motivo. Así que lo siento, pero mi deber moral es evitar el dolor a las personas. Ni me gusta, ni lo pretendo. Simplemente intento hacer lo mejor para no arrepentirme dentro de un tiempo, y poder dar consejos a mis personas cercanas sabiendo que de vez en cuando, yo también los sigo. 
 
Y una vez que me he decidido a hacer lo correcto, a enmendar mis errores, llego más indefensa moralmente que nunca, necesitando esas palabras que siempre me hacen renacer. Pero, en vez de eso, me encuentro con una puerta cerrada. Ni explicaciones, ni excusas. Nada. Y cuanto más intento entrar, más candados aparecen. En esos momentos de desesperación, de incredulidad, la puerta se abre unos centímetros y deja entrever un oscuro rostro exento de sentimientos, que te escupe que has llegado a tu límite y al suyo, que le has decepcionado, y que lo mejor es no hablarse por un tiempo. Dejar las cosas estar. Y por más que te esfuerzas, eres incapaz de contestar. Tu mente te ha forzado a entender que quizá la culpa no sea realmente tuya. Eres consciente de la razón y credibilidad que han llevado tus palabras, y no te arrepientes de nada. Quizá sí de esperar más de los demás, pero no de hacer lo que en ese momento creíste correcto. Y sigues creyéndolo. Así que, ¿para qué insistir? ¿Por qué te vas a esforzar tú en arreglar algo que ni siquiera has roto? ¿Algo que otra persona se esfuerza por volver a romper? Una cosa es ceder en algunos aspectos, y otra muy distinta es modificar completamente tus principios porque no son del agrado de los demás. 

Así que, sintiéndolo de corazón, si no estás para esto, creo que no eres lo que buscaba.


Welcome to my life.