miércoles, 27 de febrero de 2013

Son navajas de cartón, pero en tu corazón se hunden sin remedio.

Soy capaz de destruirlo todo. En el momento en el que no encuentro algo sólido bajo mis pies y empiezo a caer, intento aferrarme a cualquier cosa que pueda sostenerme, consiguiendo sólo rasgar la tela de realidad que me rodea, sin evitar la caída. Una y otra vez. Cada nueva caída, desde una altura más alta. Y sigo sin aprender a caer de pie. Empiezo a ver el precipicio antes de sentirlo, y eso no hace más que acelerar el desastre final. Pero esta vez es distinto. Esta vez no caigo de golpe, sino que llevo deslizándome a velocidades vertiginosas desde hace meses. No he sido consciente hasta ahora, por supuesto. Para mí simplemente eran días malos. Pero no. Eran mucho más. Algo que se ha ido acumulando en mí hasta que ha podido romper los hilos que me mantenían de una pieza. Algo que ha roto las bases sobre las que se asentaba todo mi ser. Y es que cuando cada pequeña cosa empieza a afectarte, es el momento de alejarse de toda fuente de intoxicación. Metros. Kilómetros. Nunca habrá suficiente tierra de por medio. Nada que consiga arreglar lo roto que estás por dentro. Volver a juntar los pedazos de ti mismo que llevas arrastrando quizá desde siempre. Pedazos a los que se suman los de otras personas. Cargas innecesarias, por las que luego no encajan tus propias piezas. Esos momentos en los que sólo quieres encerrarte en ti mismo, pidiendo a gritos que alguien llegue para impedírtelo. Alguien que sea capaz de dejarse arañar por tu desesperación para que dejes de temblar bajo la lluvia y para que el viento no siga clavándote los colmillos al pasar. Alguien que te sostenga durante la tormenta.



2 comentarios:

Welcome to my life.