miércoles, 24 de octubre de 2012

Quisiera envolverte el cielo.

Le miras. Le ves a gusto. Risas. Bromas. Complicidad. Nunca está tan pleno como cuando se siente bien. Te mira. Te coge de la mano. Estás en su mundo. Formas parte de su vida. Y te sientes bien. Te basta con mirarle para sentirte feliz. Completa. Y no puedes evitar sonreír. Acercarte más a él. Hacerle saber que te encanta. Miras alrededor: es imposible que nadie se dé cuenta de aquello que tienes. De aquello que te es correspondido.

Aprietas la mano.

No me sueltes nunca.
Y te entra miedo. Miedo de perderle. Miedo de que encuentre a alguien que llegue más allá en su corazón de lo que tú llegaste. De que se dé cuenta de todo lo que puede encontrar ahí fuera. De que busque algo que no tengas tú. Que nunca tendrás. Y en esos momentos te sientes vacía. Sola.
Entonces ocurre.

Una mirada. Un beso en la frente. Un te quiero al oído. Más de lo que tu corazón puede albergar. Más de lo que nunca pensaste que llegarías a sentir. Y te das cuenta de que merece la pena. De que quizá para él tú lo tengas todo. De que, pase lo que pase, siempre formará parte de ti. De que te completa. Y de que jamás haría nada que pudiera herirte.



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