Y a veces me pregunto por qué nos molestamos. Por qué le entregamos todo a una persona si somos conscientes de que nos acabará haciendo daño. El amor no consiste en saber que el otro puede dañarte y en confiar en que no lo hará. Siempre habrá un momento en el que se dé cuenta de que no eres lo que está buscando, o en el que quien se dé cuenta seas tú. Entonces, ¿por qué? Sabes que va a acabar, sabes que un día más es un día menos, que toda fecha señalada te perseguirá durante años, que todo lo que ahora te recuerde a él y te arranque una sonrisa, haya un momento en que te arranque una lágrima. Sin embargo, ahí sigues, esperando el momento para quedar con él, esperando que diga cualquier tontería que sabe que te hará reír. A veces me pregunto si siente lo mismo, pero entonces me obligo a pensar en que yo no sería capaz de estar tanto tiempo con alguien si no le quisiera. Entonces confío, que es en lo que se basa todo esto a lo que la gente llama amor. No en confiar en que no te hará daño, sino en que llegue el momento en el que no lo consideres dolor. Apurar la relación hasta el máximo. Sacarle el máximo partido. Tener algo que contar que te saque una sonrisa. Acordarte de esa persona no con rencor, sino como algo que ilumine tu rostro. Algo que será vuestro. Siempre. Y aunque jamás seas capaz de imaginarle con otra persona sin que algo dentro de ti arda y te obligue a echar a correr hasta tu último aliento, sabrás que nunca iba a ser tuyo para siempre, y que hará feliz a otra persona. Como sólo él sabe. Y que ella morirá de amor. Como sólo tú sabes. A cambio te prometo que encontrarás a otra persona. Alguien con quien sentirás lo que ya dabas por perdido. Alguien que haga que vuelvas a creer. Entonces es posible que tampoco estéis hechos el uno para el otro, pero la vida es una gran aventura. Saldrás de su vida, otro entrará en la tuya, y así hasta que estés preparada para entregarle toda tu vida a alguien que esté dispuesto por ti a entregar la suya.
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