martes, 16 de octubre de 2012

Es muy duro curarse de lo que cura.

La música es música cuando te emociona. Cuando sabe exactamente qué susurrarte al oído para hacerte sentir mejor, o para arrastrar por tu mente a tus fantasmas. Aquellas en las que una sola nota te despierta y obliga a subir el volumen. Esas que distinguirías en cualquier momento, en cualquier lugar. Que una canción lenta te emocione implica que has sufrido o que estás sufriendo. No hay más. Ese momento en el que entiendes perfectamente la letra, y no lo consideras como una buena rima, o una bonita frase, sino como algo que araña la superficie de tu ser hasta alcanzar tus sentimientos y alinearlos, llegando a tocar cada uno de ellos. Todos conocemos canciones que han sabido arrancarnos una lágrima, un escalofrío. Aquella que al igual que la repites una y otra y otra vez, hay momentos en los que eres incapaz de escucharla. De pensar. En las que sólo quieres mantenerte ocupada para aislar la mente. Esos momentos en los que lo mejor es encender el ordenador, encerrarte en tu cuarto, coger unos cascos, y escuchar canciones nuevas hasta encontrar aquella que se adapte a ti. No que narre con exactitud cómo se te desgarra el corazón cada vez que piensas en tu pasado, sino esa que te dé que pensar. Que te obligue a darle vueltas. Entonces encontrarás las mejores canciones. Las que sin que nadie te la recomendase, sin que la escucharas en ningún momento, se ganan un primer puesto en tu lista de reproducción. Hasta que te susurren más de lo que tu corazón pueda escuchar.



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