No puedes engañar a nadie. Lo sabes. Esa tímida sonrisa que asoma a tus labios con sólo oír su nombre, seguido de una sonrisa más amplia cuando te preguntan el por qué de ese reflejo. Entonces te lo preguntas tú: ¿por qué? Puede que la primera razón sea que, de entre todas las personas con las que se cruza a lo largo del día, fuiste tú a quien quiso conocer. De entre todos los rostros, fue el tuyo el que quiso tener cerca. Sólo eso es ya una razón de peso. Pero no lo es todo. Que se interese por llegar a conocerte. Por saberlo todo de ti. Estar dispuesto a escuchar todo lo que quieras contar. Al igual que quedarte embobada cuando intenta expresarse, con ese gesto serio que te encanta. Esa expontánea carcajada que suelta que hace que esboces una pequeña sonrisa, a juego con la de tu corazón. Esas pausas que hace al hablar para simplemente mirarte, retirarte el pelo del rostro y acariciarte la mejilla. Ese suspiro que se lleva con él todo el aire de tus pulmones. Ese ligero movimiento que acerca tu rostro al suyo para perderos el uno en el otro. ¿Que por qué te gusta? Por todo. Por nada. Todo gesto que haga, por pequeño que sea, hace que lo sigas con la mirada. Cualquier conversación se convierte en indispensable si la mantienes con él. Eres incapaz de decirle que no a nada. Te mueres por regalarle cada pequeña parte de ti para que siempre te lleve consigo. Esos abrazos perfectos seguidos por un beso en la frente. Esas largas miradas que acaban en sonrisas. Entonces es cuando vuelves a la realidad. Pestañeas. ¿Que por qué te gusta?
Porque te hace feliz.
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