Ha pasado tiempo. Mucho ya desde que nos vimos por primera vez. Desde que cruzamos las primeras palabras. Desde que nos dimos el primer beso. De nuestro primer abrazo. De nuestras primeras declaraciones de amor. De tantas cosas que un día quise sentir, y que sin darme cuenta se agolparon a las puertas de mi corazón tras conocerte. De tantas cosas que quise oír, y que todavía hoy rondan por mi cabeza como si fuesen las primeras. Creo que puedo recordar cada frase que me dijiste, cada sonrisa tonta que lleva tu nombre, cada silencio lleno de todo aquello que nuestros ojos se dedicaban. El tiempo no pasa igual para todos. Es verdad. Hace exactamente trescientos setenta y tres días desde que nos dimos dos besos. Y parece que fue ayer. Desde entonces todo ha sido un torrente de minutos, segundos y horas, en los que te has asentado en cada uno de mis pensamientos, y en los que te has posado en mis labios y en mi corazón. Aun así, la respiración se me sigue deteniendo cada vez que me miras. Puedo sentir cómo el tiempo se para. Y sólo estamos tú y yo. Te acercas lentamente y el aire se me detiene en los pulmones, hasta que lo exhalo cuando nos volvemos a separar. Eres todos y cada uno de mis latidos.
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