Hay veces en las que me pregunto en qué momento me dolerá todo lo que estoy haciendo. Todo esto que estoy viviendo. En qué momento lo echaré de menos. Lloraré su ausencia. Lo sentiré como lejano. Ya sea mañana como dentro de años, muchos años, las cosas se acaban. Todo es perecedero. Por más que intentemos aferrarnos a ello, luchar cada latido, la realidad es que todo se nos escapa entre los dedos. Y cuanto más fuerte lo sujetas, más grietas y vías de escape encuentra. Si algo quiere permanecer a tu lado, no habrá nada que lo aleje de ti. Y si termina yéndose, encontrará el camino de vuelta si su sitio está junto a ti. Pero, a pesar de ser conscientes de todo esto, seguimos dándole vueltas a cada pequeño gesto, cada frase, buscando algo que nos indique que estamos con la persona adecuada. Y, equivocados muchas veces, pero acertados otras, seguimos sufriendo cuando deciden avanzar y dejarnos atrás, y nos quedamos estancados en meses de eterno invierno hasta que unas finas franjas de luz iluminan parte de nuestro ser, y comenzamos a caminar de nuevo hacia adelante. Sin embargo, por mucho daño que estén predispuestos a hacernos, por mucho que tardemos en renacer, merece la pena. Cada segundo. Si cuando estás con esa persona cada día es especial, si te mueres por abrazarle, por escuchar cada pequeña cosa que quiera contarte, por verle sonreír cuando apareces, por cada beso en la frente, al final acabará mereciendo la pena. Y estarás en paz contigo mismo sabiendo que te han querido tanto como tú a ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario