Me senté encima de él, tumbado, para mirarle mejor. Él no me quitaba la vista de encima -y qué guapo estaba, joder-. Me miraba sonriendo hasta que le pregunté por qué.
-Eres lo más bonito que hay aquí ahora mismo.
Tenía las manos bajo su nuca.
-Te pesa la cabeza- le dije, guiñándole un ojo.
"Y a mí el corazón", pensé. Notaba cómo tiraba de mí hacia abajo. Hacia él.
"Eres mi punto de gravedad".
Y le abracé. Y juro que no le solté hasta encontrar el equilibrio.
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